lunes, 20 de octubre de 2014

Brasil en números

La ciencia económica muchas veces abusa de la estadística y pretende explicarlo todo con cifras y gráficos. Lógicamente esto no es recomendable, como tampoco lo es desconocer la utilidad de contar con información cuantitativa al momento de evaluar el desempeño económico de un país. La historia es la misma de siempre: debemos tratar, en lo posible, de evitar los extremos. Habiendo dicho esto, es interesante repasar algunos datos de la economía brasilera de cara al próximo ballotage presidencial.

Pasado.

Brasil, como gran parte de Latinoamérica, atravesó un período neoliberal que duró aproximadamente diez años. Bajo la presidencia de Fernando Henrique Cardoso (electo en 1994 y reelecto en 1998) se logró controlar la inflación gracias al Plan Real, pero a un costo muy elevado: las tasas de interés real pagadas por la deuda pública brasilera se ubicaron entre las más altas a nivel global, lo cual se tradujo en un crecimiento exponencial de la misma, llegando en 2002 (último año de Cardoso en Planalto) a representar el 61,9% del PIB[i]. Al mismo tiempo, la precarización laboral impulsada durante la administración Cardoso se tradujo en un incremento en el desempleo y la informalidad, y éstos en marginalidad, miseria, exclusión, violencia y narcotráfico. Ante la ausencia del Estado, la distribución de la riqueza se hizo cada vez más desigual y las capas inferiores de la clase media tendieron a proletarizarse. La falta de lugares de socialización, junto con la postura conservadora de la Iglesia Católica (que en ese entonces atacaba duramente la Teología de la Liberación), ayudaron a que amplios sectores de la población buscaran refugio en las sectas evangélicas que intentaron mostrarse como una alternativa al narcotráfico para la juventud; además de funcionar como núcleo comunitario y solidario ante la mencionada ausencia del Estado. Con este panorama se encontraba el presidente Lula al asumir su primer período como presidente el 1 de enero de 2003. Utilizando la información disponible a través de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)[ii] veremos la evolución de algunos indicadores en dos momentos: al comenzar el período del Partido de los Trabajadores (PT) en la presidencia de Brasil y al momento más recientemente relevado, es decir: 2002 y 2012/3 (según la disponibilidad de datos) respectivamente. Sin duda sería mucho más enriquecedor poder observar la evolución de los datos en una mayor cantidad de momentos, pero por la naturaleza y extensión de este artículo me veo obligado a analizar los años anteriormente mencionados.


Indicadores demográficos y sociales.

El primer dato a observar es la población total, que creció un 11,5% en el período observado pasando de 179M a casi 200M. Por su parte, el desempleo cayó de un 11,7% a un 5,4% cifra que se ubica por debajo del promedio de la región (6,3%). En este punto es importante señalar la disminución de la brecha que existe entre hombres y mujeres: de un 9,9% y 13,9% de desocupados en 2002 a un 4,4% y 6,5% en 2013, respectivamente. En lo que respecta al salario mínimo real (tomando un índice anual medio, 2000=100) en 2002 dicho valor era de 114,3 mientras que en 2013 había trepado a 202,7; es decir un incremento del 77,3%. La sumatoria interanual (diciembre a diciembre) del Índice de Precios al Consumidor del mismo período arroja un resultado acumulado del 57,5%. Por su parte, el gasto público en educación medido como porcentaje del PIB pasó del 3,9% en 2002 al 5,9% en 2010; mientras que el promedio de años de estudio de la población de 15 a 24 años aumentó de 7,7 a 9,0. En lo que respecta a los servicios básicos, el porcentaje de hogares con desagüe pasó del 55,1% al 66,1% del total, mientras que aquellos con agua pasaron del 84,3% al 90,4% en el mismo período (2002-2012). En materia de salud, el gasto público medido como porcentaje del PIB pasó de un 7,2% inicial a un 9,3% en 2013. Una de las principales políticas del PT (la Guerra contra la Pobreza) parece haber dado resultado: la pobreza se redujo del 37,8% al 18,6%, mientras que la indigencia pasó de un 12,6% a un 5,4% de la población. Finalmente, en la distribución del ingreso medida por el Índice de concentración de Gini (en donde 0 es representa la perfecta igualdad y 1 la perfecta desigualdad) Brasil ha logrado pasar de un 0,634 a un 0,567.

Indicadores Económicos.

El PIB anual a precios corrientes (expresado en millones de dólares) pasó de us$506.041 a us$2.261.555, es decir, se incrementó en un 347%. Por su parte el PIB por habitante a precios corrientes (expresado en dólares) que era de us$2.821,4 en 2002 trepó a los us$11.308,6 en 2013. La deuda externa representaba en 2012 un 13,9% del PIB y las exportaciones (expresadas en miles de dólares) pasaron de us$60.438.650 a us$242.178.054. La Inversión Extranjera Directa (expresada en millones de dólares) dio un salto exponencial desde los us$14.108,1 en 2002 hasta los us$67.541,2 registrados en 2013. La superficie destinada al cultivo de soja (expresada en miles de hectáreas) pasó de 16.365,4 a 24.937,8; es decir sufrió un incremento del orden del 52,4%. En materia energética, la producción de petróleo se incrementó un 41% en el período que abarcan los diez años observados. Finalmente dos indicadores sociales: en relación a la distribución del ingreso se observa una mejora cuando se compara la relación del ingreso medio per cápita del hogar (quintil 5/quintil 1; es decir a cuantos ingresos del 20% más pobre del país equivale el ingreso del 20% más rico) que pasó del 34,4 en 2002 al 22,5 en 2012. Por su parte, la relación de salarios urbanos entre sexos (es decir a qué porcentaje del ingreso de un hombre equivale el ingreso de una mujer) muestra un panorama poco alentador, ya que en diez años sólo pudo incrementarse en 1,5 puntos: de un 78,2% en 2002 a un 79,7% en 2012.

Conclusiones.

Como todo análisis acotado, las cifras que se presentan en este artículo son un recorte subjetivo que, personalmente, considero como una muestra representativa y significativa de la economía brasilera durante los gobiernos petistas. Con esto quiero dejar en claro que la lista de los indicadores presentados no pretende abarcar la totalidad de la información disponible, sino una parte de la misma. El lector podrá complementar la información aquí expuesta con más datos si lo considera necesario. Llegado este punto es momento de hacer un balance final: los datos muestran mejoras significativas evidentes en la economía brasilera de los últimos años: el marcado descenso de la pobreza y el desempleo son quizás los pilares sobre los que descansa la nueva economía brasilera. Pero sería un error considerar que ya se ha alcanzado el bienestar total de la población, ya que esta nueva configuración social representa un nuevo desafío para los próximos años. Las familias brasileras han logrado una mejora sustancial en sus niveles de vida en el ámbito de sus hogares; el siguiente –lógico- paso es lograr una mejora similar cuando traspasan la puerta de su casa: fundamentalmente en lo relativo a la seguridad y el transporte. La sociedad ha pasado de una demanda cuantitativa (más escuelas, más hospitales, más trabajo) a una demanda cualitativa (mejores escuelas, mejores hospitales, mejores trabajos). Podríamos decir que esto representa un problema, pero un problema que muchos países quisieran tener. Brasil ha sido y es un país estructuralmente desigual en términos de género y minorías (que muchas veces no son tal, como los negros y mulatos que, según el Censo 2010, representan el 51% de la población) y los datos sociales así lo muestran. Lograr traducir las evidentes mejoras económicas nominales en instrumentos para reducir la desigualdad es quizás el mayor desafío de cara al futuro inmediato que tiene Brasil.     

    





[i] “Las cifras del desastre” por Emir Sader, página 7: tomado de Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, N°40, octubre de 2002.
[ii] http://estadisticas.cepal.org/cepalstat/WEB_CEPALSTAT/estadisticasIndicadores.asp?idioma=e

lunes, 6 de octubre de 2014

Cambios

Decir que estamos atravesando una época de cambios y transiciones puede sonar a lugar común o a falsa épica, pero hay algo de verdad en esa afirmación. Es difícil percibir cambios en los procesos históricos de los cuales uno es parte, como también es cierto que las grandes transformaciones no suceden de la noche a la mañana: la humanidad no se fue a dormir en la Edad Media y despertó al día siguiente en la Edad Moderna.

Lógicamente resulta imposible (y me atrevería a decir: incluso indeseable) observar la realidad con total objetividad, porque aunque muchas veces no parece, o al menos eso nos quieren hacer creer, la economía, la historia y la política son ciencias sociales. No existen, por lo tanto, respuestas correctas o incorrectas sino diferentes interpretaciones. En este sentido, uno de los mayores logros que pueden atribuirse al sistema político económico mundial vigente es el haber instalado la idea de que el hombre ha alcanzado la frontera del progreso, en la concepción absoluta del término. Fukuyama aportó su granito de arena al proclamar el fin de la Historia y una parte importante del mundo occidental se sintió a gusto con esa perspectiva. El Capitalismo que vivimos se transforma así en la máxima expresión económica de la humanidad, a continuación del cual no hay nada. Esta lectura no es producto del azar sino que emerge como instrumento de los sectores más poderosos en su afán de mantener al status quo fuera de cualquier cuestionamiento posible. Por lo tanto, no debe sorprender que aquellos que ven peligrar su posición privilegiada en el orden vigente intenten desestimar cualquier cambio que signifique un reordenamiento global. Amparados en esta concepción del fin de la Historia (Hegel, perdónalos, porque no saben lo que hacen) se aferran a las estructuras vigentes y desestiman cualquier atisbo de cambio, por más insignificante que parezca.

La 69° Asamblea General de la ONU fue el escenario que muchos líderes aprovecharon para exponer algunos síntomas de que, efectivamente, estamos atravesando una época de cambios. En este sentido, Argentina ha llevado la cuestión de su disputa con los Fondos Buitres al centro de la discusión y ha encontrado un apoyo masivo a su propuesta de construir un marco regulatorio para la reestructuración de deuda de países soberanos. No es este un dato menor, ya que vivimos en el apogeo del Capitalismo financiero (sistema que mueve globalmente por año casi setenta y cinco veces lo que produce la economía real -bienes y servicios- en el mismo período) cuyo corazón reside en Estados Unidos, más precisamente en la ciudad de Nueva York. 


La pregunta que surge entonces es: ¿cómo llegamos a este punto?. Es imposible dar una respuesta amplia en el contexto de este artículo, pero bien vale la pena hacer un breve resumen histórico que permita comprender un poco mejor el presente: cuando el desenlace de la Segunda Guerra Mundial ya era irreversiblemente favorable a los aliados, Estados Unidos, que concentraba cerca del 50% del PIB mundial, consciente de su situación privilegiada sentó las bases del sistema económico financiero mundial de posguerra. Reunidos en Bretton Woods durante el mes de julio de 1944, cuarenta y cuatro países ¿liderados? ¿coaccionados? por Estados Unidos acordaron la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM) y basaron toda la economía mundial en la preeminencia del dolar, cuyo valor se ató al oro a una relación fija de us$35 por onza. Daba comienzo de este modo una etapa de liberalización total del comercio que, a pesar de los sobresaltos que ha sufrido a lo largo de todos estos años (la ruptura de la convertibilidad del dolar, la crisis de la OPEP, la crisis de las hipotecas subprime, por citar algunos) continúa vigente.    


Pero el mundo de hoy no es el mismo de Bretton Woods: Estados Unidos ya no es la única potencia global. Ahí están China, Japón, Alemania, Rusia y otros emergentes listos para disputarle su posición de privilegio a la primera economía del mundo. El liderazgo otrora indiscutible es ahora materia de discusión: la última gran crisis capitalista todavía se hace sentir en gran parte del mundo, fundamentalmente en las economías desarrolladas, y la situación de Argentina con los Fondos Buitres asoma en ese contexto como un signo más del agotamiento de la arquitectura financiera diseñada en Bretton Woods. La impoposibilidad de estados soberanos para reestructurar su deuda ha generado preocupación no sólo en el ámbito de la diplomacia, sino también en el mundo académico (premios Nobel incluidos) y mediático. Del mismo modo, como generalmente el dominio económico suele ir acompañado del dominio político, y, así como resulta evidente la necesidad de un cambio en el sistema económico financiero global, varios países también aprovecharon la última Asamblea General de la ONU para pedir un cambio en el Consejo de Seguridad de dicho organismo ante la evidente falta de capacidad mostrada para la prevención y el manejo de situaciones que puedan poner en riesgo la paz mundial (Franja de Gaza, Ucrania, Siria, Irak y Estado Islámico son sobrados ejemplos que justifican dicha posición). No olvidemos un detalle: la Asamblea General fue precedida por una cumbre sobre el cambio climático. Sí, otra vez el cambio.


La estabilidad de los sistemas y las instituciones son fundamentales para la previsibilidad y para garantizar la paz. Pero muchas veces se toma por pétreas construcciones hechas por el hombre como respuesta a una situación determinada en un momento histórico específico. El cambio no es intrínsecamente bueno ni malo. El cambio puede significar ruptura pero también puede ayudar a la continuidad ("cambiar algo para no cambiar nada"). Es lógico que le escapen al cambio aquellos que tienen más para perder que para ganar. Lo que es imperdonable es no dar lugar al debate.