lunes, 12 de enero de 2015

Dolarosa decadencia

La FED (Reserva Federal de Estados Unidos) inunda de dólares el mundo. Rusia se ve forzada a devaluar el rublo. China firma acuerdos swap con más de veinte países. Grecia amenaza con abandonar el euro. Japón no descarta devaluar el yen. Todos los días nos cruzamos con afirmaciones como estas: las leemos en diarios o las escuchamos por radio o televisión.  Y del mismo modo que escuchamos el pronóstico del tiempo o los resultados deportivos, las noticias económicas internacionales (monetarias, en este caso) forman parte del conjunto de información que recibimos cotidianamente pero que no dedicamos mucho tiempo a analizar. Si bien este mecanismo de defensa es saludable, de vez en cuando es importante detenerse en estas cuestiones que parecen no influir en nuestro día a día. Vivimos una época de cambios y, para poder apreciar mejor el cuadro, es necesario alejarse unos pasos. ¿Cómo llegamos a esta denominada “guerra de divisas”? ¿Cómo funciona el sistema monetario global? ¿Quién controla el valor de las monedas? ¿En qué incide el tipo de cambio? ¿Cuál es la situación actual del mundo en cuestiones monetarias?


Bretton Woods y el mundo dolarizado

Hacia 1944 el resultado de la Segunda Guerra Mundial ya era irreversible y Estados Unidos se encontraba en una situación inmejorable: a excepción de Pearl Harbor no había sufrido ningún ataque dentro de sus fronteras y, al igual que luego de la Primera Guerra Mundial, su saldo financiero respecto al resto de los aliados era netamente acreedor. La intervención de Estados Unidos había sido decisiva para torcer el rumbo del conflicto y, al asomar el fin del mismo, se erigía como primera y única potencia en el mundo de posguerra. Consciente de su posición privilegiada pudo imponer sus condiciones al resto del planeta sin mayores sacrificios -a excepción de la URSS, que se mantuvo al margen del nuevo sistema capitalista global-. De los acuerdos de Bretton Woods nacieron el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), pilares del nuevo orden monetario global destinado a evitar las crisis que tanto habían dañado al mundo en el período de entreguerras. El FMI fue concebido con el objetivo de articular, en colaboración con los Bancos Centrales (BC) de cada país, las relaciones económicas internacionales. Se fijó la paridad de las monedas respecto al dólar, que a su vez fue indexado al oro. Cualquier variación por encima del 1% de una divisa respecto al dólar o al oro obligaba a una intervención del Banco Central del país pertinente. Así funcionó -con algunas correcciones- hasta que en 1971 Estados Unidos rompió unilateralmente la paridad del dólar con la onza de oro, oficializando la devaluación de su moneda. Los BC de los países industrializados decidieron entonces dejar flotar el tipo de cambio, abandonando la cotización de su moneda librada a la interacción entre la oferta y la demanda. Aunque existe la denominada “flotación sucia” en donde los BC intervienen para incidir en el tipo de cambio, éstos ya no tienen el control absoluto sobre el valor de sus monedas. La paridad con el oro se abandonó y, si bien la onza sigue siendo un valor de referencia y reserva, el mundo entró en una etapa de dinero casi exclusivamente fiduciario.


Política y monetaria

No es recomendable abusar de los reduccionismos, pero a veces pueden ser una herramienta útil: así podría decirse que un Estado se define por su bandera, su territorio y su moneda. La moneda es parte de la identidad, algo que llega a trascender lo exclusivamente financiero y económico. En la Universidad se enseña que un gobierno tiene, en materia económica, dos grandes herramientas: la política fiscal y la política monetaria. La primera abarca, entre otras cosas: cuestiones impositivas, de gasto público, transferencias, producción e inversión. La segunda se ocupa del dinero: la emisión, la tasa de interés, el tipo de cambio. Ambas son fundamentales para la administración del conjunto de la economía y, aun así, no es extraño observar como -a veces por propia voluntad y otras veces por voluntad ajena- algunos Estados carecen del control necesario sobre ellas. Renunciar al manejo de la política monetaria -como fue el caso de Argentina durante la convertibilidad, o como lo es actualmente el de los países de la eurozona- es equivalente a intentar avanzar en un bote con un solo remo: lo más probable es que uno termine moviéndose en círculos. Incluso en Estados Unidos, la FED es autónoma de la administración central: el gobierno no controla directamente la cantidad de dólares que imprime. Con el argumento de la transparencia y la objetividad en el manejo de las finanzas públicas, los grandes banqueros estadounidenses lograron hacerse con el control absoluto del flujo de dólares. Si la administración central desea inyectar dinero al mercado, debe pedirle prestado a la FED, dando lugar a la paradoja de que el gobierno de Estados Unidos puede emitir su propio dinero sin incurrir en una deuda. Por su parte, en los casos en los que las administraciones centrales no han renunciado al control de la política monetaria su margen de maniobra se ve cada vez más acotado: existe un gigantesco mercado de divisas a escala planetaria que nunca duerme y que mueve cantidades de dinero con las que muchos BC no pueden ni siquiera soñar. Ahí la especulación está a la orden del día y los inversores privados le disputan (en una lucha cada vez más desigual) el control de su propia moneda a todos los países del mundo. Pero ¿en qué influye el valor de una moneda en el conjunto económico global? Bueno, parecería existir una ¿ley? económica que postula que una moneda devaluada favorece las exportaciones del país emisor y, por ende, mejora sus términos comerciales con el resto del mundo. Pero este principio puede asimilarse a un juego de suma cero, en donde los beneficios que un Estado obtiene por tener una moneda devaluada son equivalentes a los perjuicios del resto por tener monedas sobrevaluadas. Además, dependiendo de la estructura productiva de un país -principalmente su nivel de dependencia de las importaciones- contar con una moneda excesivamente devaluada puede tornarse en un problema más que una en solución. Así, el tipo de cambio está condenado a mantener un equilibrio permanente en donde el margen de error es cada vez más reducido. En este contexto, una pequeña piedra que cae puede provocar una avalancha en cuestión de segundos.


¿Estamos en guerra?

El Ministro de Finanzas de Brasil, Guido Mantega, fue el primero en advertir en 2010 sobre la denominada “guerra de monedas”, al referirse a la situación en la cual varios países ingresaban en una espiral devaluatoria, con el objeto de abaratar sus bienes y servicios. El mundo ha sufrido cambios importantes desde entonces, pero la realidad parece haber avanzado en el sentido anunciado por Mantega. Si bien Estados Unidos ha comenzado hace pocos meses a revertir la tendencia devaluatoria del dólar, durante un período prolongado mantuvo tasas de interés cercanas a cero con el fin de asegurar un flujo permanente de dólares a un mundo que se enfrentaba (y continúa haciéndolo) a una de las mayores crisis financieras de su historia. El Banco Central Europeo (BCE) tuvo que hacer frente a una crisis de deuda de grandes dimensiones que se trasladó desde los países centrales hacia los periféricos, y propuso como solución medidas de austeridad que provocaron que la relación Deuda/PBI alcanzara niveles alarmantes. Una posible lectura es que la crisis se prolongó intencionalmente para poder avanzar con medidas impopulares, fundamentalmente aquellas relacionadas a reducir o eliminar el Estado de Bienestar; pero la validez de esta interpretación queda reservada al lector. China, por su parte, ha basado gran parte de su espectacular crecimiento en una moneda “débil” y ha sido objeto de reiterados reclamos (por parte de Estados Unidos y Europa, principalmente) para revaluar el yuan. El gigante asiático acusó recibo y, a su ritmo, ha comenzado un proceso de apreciación e internacionalización de su moneda, fundamentalmente a través de acuerdos bilaterales de intercambio de divisas –swap– con más de veinte países y con la emisión de deuda pública en yuanes en los principales centros financieros mundiales. Esto parece ser parte de un desarrollo natural, ya que China se ha transformado en la primera economía del planeta y requiere una mayor autonomía de Occidente. Finalmente aparece en escena Rusia, que ha sido objeto de múltiples sanciones financieras y económicas a lo largo del último año como consecuencia de su incursión en Crimea. La baja del precio del petróleo –Rusia tiene una fuerte dependencia de la exportación de hidrocarburos para equilibrar sus cuentas domésticas–, sumada a las mencionadas sanciones (impuestas por Estados Unidos, fundamentalmente), hicieron que el rublo se devalúe cerca de un 40% en relación al dólar y obligaron al Banco Central de Rusia a desprenderse de una parte significativa de sus reservas y a aumentar considerablemente la tasa de interés con el fin de frenar la desestabilización de su moneda. En dicho contexto, China anunció una asistencia monetaria de disponibilidad inmediata en caso de que Rusia lo requiera, para reducir la incertidumbre cambiaria y garantizar el comercio entre ambos países. Atravesamos un período de cambios y los movimientos en la esfera monetaria parecen dar cuenta de ello.


La nueva arquitectura

El planeta avanza hacia la multipolaridad y su consecuencia monetaria es la desdolarización. La irrupción de China, el retorno de Rusia y las prolongadas crisis en Estados Unidos y Europa hacen difícil pensar que todo pueda volver a ser como hasta hace poco tiempo fue. El mayor desafío de los próximos años será diseñar nuevas instituciones para este nuevo mundo que se avecina. Del mismo modo que los andamios se modifican a medida que avanza la construcción de un edificio, el sistema monetario financiero internacional establecido en Bretton Woods deberá modificarse antes que el mundo se desmorone sobre él.