martes, 24 de febrero de 2015

Desgrecia con Merkel

Hace tiempo que la situación política y económica de Grecia ocupan un sitio destacado en las noticias internacionales. Este lugar que vio nacer la democracia hace miles de años,  se enfrenta hoy a una realidad compleja que tiene expectante al mundo entero. Tras años de desaciertos –a veces propios, a veces ajenos– el presente del país helénico no termina de aclararse: la reciente victoria de la izquierda ha sacudido Europa y plantea un escenario incierto para el futuro inmediato del viejo continente.

Pasado

La idea de una unión económica y monetaria europea se remonta al período de entreguerras. Sin embargo, no fue hasta la década del 90 (más precisamente 1992, año en que se celebró el Tratado de Maastricht) que comenzó a instrumentarse la arquitectura de la unión europea actual. Once países fueron seleccionados para reemplazar sus monedas por el euro, a partir del 1 de enero de 1999. Grecia, que no estaba dentro de los once países pioneros, adoptó la divisa única el 1 de enero de 2001 y se transformó en el miembro número doce. La pregunta que surge entonces es ¿qué determina que un país pueda adoptar el euro como moneda doméstica? Existen cuatro Criterios de Convergencia que el país aspirante debe cumplir: 

  • estabilidad de precios: la tasa de inflación del Estado candidato no debe sobrepasar en más de 1,5% la de los tres mejores Estados miembros.
  •  Finanzas públicas sostenibles: el déficit público anual no debe ser mayor al 3% del PIB y la relación entre deuda pública y PIB no debe exceder el 60%.
  • Participación ininterrumpida –y exenta de tensiones graves– por dos años en el mecanismo de cambio europeo, mecanismo que regula el tipo de cambio entre el euro y las monedas de los Estados miembros que no han adoptado la moneda única.
  • Convergencia de los tipos de interés a largo plazo: el Estado candidato no debe sobrepasar en más de un 2% al valor de referencia, que se obtiene calculando la media del tipo de interés a largo plazo de los tres Estados miembros de la UE con los mejores resultados en materia de estabilidad de precios.
Grecia nunca los cumplió. ¿Cómo logró ser admitida? Mintiendo. En 2004, tres años después de haber sido incorporada a la eurozona, el partido conservador Nueva Democracia ganó las elecciones e impulsó una auditoría. La nueva administración descubrió que el déficit público no era 1,5% sino 8,3%. La brecha era preocupante. Pero lejos de comenzar a revertirse, la situación se agravó. Fundamentalmente por dos cuestiones: en primer lugar, Alemania y Francia cerraron el año 2003 con un déficit superior al 3%, pero los ministros de finanzas de los Estados miembros se reunieron en Bruselas y decidieron que no habría consecuencias. Desde luego, si los Estados más poderosos no acataron las reglas ni fueron sancionados por ello, no “podían” exigirle a los miembros más débiles que cumpliesen con lo acordado. En segundo lugar, Atenas se preparaba para ser sede de los Juegos Olímpicos y la noticia del descalabro fiscal tendría un impacto anímico devastador en los griegos –además de funcionar como disparador de huelgas y otras medidas de fuerza–. Así, aprovechando las bondades de pertenecer a la eurozona, Grecia se endeudó a una tasa baja para cubrir el déficit.
La crisis financiera originada en Estados Unidos en 2008 llegó a Europa y encontró a Grecia en una situación de total vulnerabilidad. Con “ayuda” de Goldman Sachs, Atenas siguió endeudándose a espaldas de la UE (principalmente mediante swaps de divisas y derivados financieros), para tratar de achicar su creciente déficit público. Finalmente en 2010, con un déficit de 13% y una relación entre deuda pública y PIB de 120%, solicitó la ayuda del FMI, la UE y el BCE (Banco Central Europeo): había nacido la troika. La ayuda llegó, en forma de nuevos préstamos, pero esta vez acompañada de una serie de condicionamientos: reducir el gasto público, avanzar con privatizaciones y reestructurar la deuda en manos de privados. Desde entonces, las protestas sociales y el desempleo han ido en aumento, mientras que el PIB se ha desmoronado estrepitosamente (lo cual dio lugar a la paradoja de incrementar la relación entre deuda pública y PIB poco después de protagonizar la mayor reestructuración de deuda de la historia llevada a cabo en 2012). En 2013, durante su campaña electoral, la canciller de Alemania Angela Merkel afirmaría que “no debería haberse aceptado el ingreso de Grecia a la eurozona”.



Presente

En este contexto de descontento social provocado por la crisis económica surge un espacio político de corte progresista que asegura tener la voluntad, y las herramientas, para terminar con la grave situación griega. Así hace su entrada en escena SYRIZA, una coalición de grupos de izquierda surgida en 2004, catalogada como populista por los sectores más conservadores de la UE. Entre 2012 y 2014 se transformó en el principal partido opositor y, ante la imposibilidad del Parlamento para elegir presidente, resultó triunfante en las elecciones parlamentarias celebradas en enero de 2015 obteniendo poco más del 36% de los votos. La propuesta de Alexis Tsipras (líder de SYRIZA) es terminar con las políticas de austeridad y renegociar las condiciones de la deuda pública griega, pero dentro del marco de la UE, es decir, sin renunciar al euro como moneda. En principio parece muy difícil conciliar ambos objetivos, pero Tsipras  apuesta fundamentalmente a atacar la evasión y la corrupción, bajar el gasto militar e introducir una serie de impuestos progresivos. Entre las primeras medidas adoptadas por la nueva administración se encuentran la suba del salario mínimo al nivel que se encontraba previo a los recortes (€751), el restablecimiento de las negociaciones sindicales, reincorporación de casi 10.000 funcionarios despedidos, la restitución del acceso universal al sistema público de sanidad y la suspensión –y revisión– de privatizaciones. Pero no todas son buenas noticias, hubo un retiro masivo de depósitos que comprometieron seriamente la liquidez del sistema bancario griego. La ayuda vigente de la troika con vencimiento 28 de febrero fue tema de discusión durante la semana pasada (período en el cual se retiraron €3 mil millones de los bancos), y lo seguirá siendo a lo largo de ésta. Con una deuda de €315 mil millones (175% del PIB) y ante el riesgo de quedarse sin dinero en el corto plazo (Grecia no imprime euros) el ministro de Finanzas griego, Yanis Varoufakis, se reunió con sus pares de los países miembros de la eurozona en Bruselas y debió realizar una serie de concesiones para obtener una extensión de cuatro meses del rescate. Atenas tuvo que comprometerse a no suspender el pago de la deuda, ni aplicar ninguna quita, a mantener el equilibrio presupuestario y a aceptar la supervisión de las “instituciones” (que no es otra cosa que la troika, bajo una nueva denominación). La confirmación de la extensión ha quedado supeditada a la propuesta que Atenas presentará por escrito a la UE en donde tendrá que especificar una serie de reformas necesarias para asegurar el cumplimiento de los compromisos asumidos. El ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, dijo en Bruselas que “para los griegos será difícil explicarle los términos del acuerdo a sus votantes”. Por su parte, Varoufakis respondió que nadie los obligará a imponer sobre su economía y sociedad medidas con las cuales no estén de acuerdo. Parece que todo esto no ha hecho más que comenzar.

Futuro

Hasta aquí lo sucedido. Y de ahora en adelante ¿cómo sigue todo? Nadie sabe con certeza qué es lo que va a suceder, pero aun así pueden ensayarse algunos posibles escenarios futuros. La cuestión fundamental pasa por la permanencia de Grecia en la eurozona. Y es aquí donde los caminos se bifurcan ya que, si bien existen Criterios de Convergencia para ingresar a la divisa europea, no se pensó en establecer los criterios para salir de ella. Esta incertidumbre es a los pronósticos económicos lo que la humedad es a los hongos: estimulan la aparición de múltiples ejemplares. Desde panoramas apocalípticos que hablan de desabastecimiento, caos social e incluso golpes de estado si Grecia decide abandonar la eurozona, hasta el renacer del mundo helénico con el resurgimiento del Dracma (moneda griega). Pueden encontrarse infinidad de pronósticos. El euro de diecinueve países, tal como existe hoy probablemente ya no tenga posibilidades de sobrevivir. Es irracional hacer converger bajo una misma moneda, tasa de interés, déficit público e inflación a economías tan disímiles como Alemania, Grecia, Austria y Letonia (por citar algunos Estados miembros). Como tantas veces se ha visto a lo largo de la historia, una política concebida para brindar estabilidad y cooperación acabó por tener el efecto contrario. Si se descartan las posiciones extremas, Grecia tiene más para ganar que para perder en una eventual salida del euro. Recuperaría autonomía al poder disponer soberanamente de una herramienta fundamental para cualquier economía como lo es la política monetaria;  y ello daría un mayor margen de maniobra a la política. Lógicamente no se trataría de un camino fácil: el 60% de la deuda pública griega está en manos de otros Estados de la eurozona, y una salida del euro implicaría una reestructuración con quita; lo cual haría quedar muy mal parados a los dirigentes europeos que harían caer el peso del canje sobre sus contribuyentes: alemanes, franceses, españoles “pagarían los platos rotos de la fiesta griega”. Por el momento Grecia no planea salir de la eurozona, como tampoco el resto de los Estados miembros parece tenerlo entre sus planes. No obstante, Atenas muestra signos de acercamiento con Rusia (su plataforma incluye retirar a Grecia de la OTAN e incluso ha votado en contra de las sanciones contra la ex URSS) y China, quienes podrían acudir en auxilio de Atenas ante una eventual salida del euro. España, por su parte, observa de cerca el derrotero de Grecia ya que la contrapartida ibérica de SYRIZA (el partido político Podemos) sigue sumando adeptos y amenaza con ganar las próximas elecciones. La suerte de Podemos parece estar atada a la de SYRIZA, dado que en caso de lograr una salida exitosa del euro, esto podría ser interpretado como la prueba de que una alternativa a los programas de Merkel es posible.


Sea cual sea el camino que siga Grecia, éste no será sencillo de atravesar. ¿Llegará el momento en que la tragedia griega vuelva a ser sólo un género teatral?

No hay comentarios.:

Publicar un comentario